lunes, 20 de febrero de 2017

GUERRA

Con esta poesía me presenté al certamen Romántico-Erótico de la comunidad Relatos Compulsivos y a Radio Vérsame mucho, obteniendo la segunda plaza en el primer certamen y Diploma Destacado en el Segundo, hoy la comparto con vosotros, espero que os guste. 


GUERRA

Regueros de ropa sobre el suelo
Tacones volcados bajo el umbral
Botones danzando en dulce tintinear
 Ansias rasgadas, prisas y anhelos

Dedos que exploran montañas y valles
Labios impacientes  descubren recodos
Yemas que arrancan suaves gemidos
Besos húmedos abren senderos y aceleran los latidos.

Enlazados en lucha estudiada
(Imagen de la red)
Jinete y amazona buscan su victoria
Lujuria inflamada infunde el coraje
El poder de los sentidos olvida prejuicios.

El olor del deseo embriaga a los combatientes                                 
Cadenas de piel, sudor por escudos
Sin tregua se ofrecen y retiran ardientes
Lanzando a los cielos sus cuerpos desnudos.

Amantes y amados acaban extenuados
Jadeos, suspiros su himno elevaron
Sin vencedor, guerra que ambos ganaron
Pues el placer bajo su piel queda tatuado.

Y así el alba curiosa  los halla
Hombre y mujer cabeza en la almohada
Una picara sonrisa, una sensual mirada
Entre sábanas revueltas de nuevo, comienza la batalla.



© María Dolores Moreno Herrera. 

jueves, 16 de febrero de 2017

HISTORIA DE UN AMOR


HISTORIA DE UN AMOR


Ramón la vio llegar una tarde de verano, esbelta, sonriente, como una princesa y se enamoró. Rosalía por su parte sintió algo que jamás había sentido y cayó rendida a los pies de aquel pescador. Fue un estío intenso, lleno de amor, tanto que al acabar las vacaciones ella se quedó.

Rosalía, habituada al ruido de la ciudad,  construyó su remanso de paz en una humilde casita a orillas del Mar Mediterráneo, no le importaba el olor a pescado podrido cuando llegaba su amante, coser redes, olvidó sus deseos…,  todo merecía la pena estando a su lado.

Ramón por su parte no podía creer en su buena estrella, era el hombre más feliz del mundo. Anhelaba que llegara la hora de estar juntos, contemplar los atardeceres que tanto le gustaban,  hacer el amor y ya soñaba con un par de chiquitines para llevar en su barco.

De la noche a la mañana Rosalía cambió, se volvió hosca, distante, le rechazaba…, se sentía abrumado por su actitud, pero callaba y aguantaba.
Una tarde la vio partir, sin explicaciones tomó el autobús. Ni siquiera le miró cuando el vehiculo arrancó. Ramón, se quedó allí con la vista fija en la carretera.  De regreso al hogar, en soledad, escudriñó su mente, vaciándola, intentando averiguar que había hecho mal. Solo consiguió llamarse estúpido ¿cómo una hermosa mujer, con estudios, acostumbrada a comodidades iba a querer estar con alguien tan burdo como él?

El sonido de la madera lo sacó de sus pensamientos, abrió la puerta, el médico estaba en el umbral con gesto preocupado.

—Rosalía se muere —espetó a bocajarro—, me suplicó que no te lo dijera, pero no le prometí nada —. Añadió tendiéndole un trozo de papel.

Ramón no se percató que lloraba hasta que ella alzó una mano y le secó la mejilla. Volvía a irse y esta vez no podría ir a buscarla, ni convencerla que fuera allí donde estuviera su corazón. Rosalía pegó el rostro en el pecho masculino, escuchó los acelerados latidos, ella se apagaba, pero lo hacía amando y siendo amada.

¡Late por mí, amor! – suspiró.



©María Dolores Moreno Herrera. 

domingo, 5 de febrero de 2017

SOMBRA

(Imagen de la red)


Otros atacan y listo. Yo no. Me gusta cazar, hacerme sentir sin que puedan verme, verles mirar atrás  inquietos, conscientes que no están solos, escuchar el repiquetear de sus zapatos, oír los latidos descompasados, oler su miedo y contemplar el pánico en sus ojos cuando aparezco de la nada.

Detesto que me ofrezcan su cartera o su bolso como a un vulgar ladrón. Aunque verles desencajados al vislumbrar los  largos colmillos, como cuchillos,  asomar entre mis labios no tiene precio.

 Adoro que griten, supliquen, intenten huir… Les miro fijamente sin prisa, para que comprendan que van a morir. Ese terror paraliza pero, aviva especialmente el sabor de su fuerza vital dándole un  ligero toque especiado. Solo después me apodero de su palpitante yugular, desgarrándola,  para saciar mi sed de sangre.  

Una mujer yace en el suelo mientras un exquisito regusto ferroso con una pizca a clavo llena mi boca, excitante.
Como humo me desvanezco en la noche, disfrutando de mi buena suerte.


©María Dolores Moreno Herrera.