sábado, 1 de julio de 2017

NUNCA ES TARDE



(Imagen de la red)

Ahora, con más años por detrás que por delante, los misterios se desvelaron. Cuando mis años ya no se contaban en primaveras descubrí que fui lo que todos esperaban. Hija, mujer y madre abnegada.

Respiré pero nunca viví, así debía ser y así lo acepté. Jamás protesté ante mi destino, a pesar de la tristeza que me provocaba asfixiarme entre limpiadores, estropajos, fogones… Era mi obligación dibujar una sonrisa y agradecer tener una familia perfecta. Nunca saqué un pie del plato por el que dirán, mientras las cuerdas que movían mi ser se convertían en gruesas sogas. La ordenadísima, enorme y elegante vivienda era una jaula de oro que me ahogaba lentamente.

Echando la vista atrás, contemplo como perdí la juventud junto a un hombre que, aunque siempre ha sido amable y buen padre, buscó su espacio pisando el mío. Iba a sus partidos pero bailar era una idiotez. Adicto a las “canitas al aire” que jurando perennemente no pasarían más y yo como buena esposa, tragándome el orgullo perdonaba. Los polluelos hace tiempo abandonaron el nido. 

Hoy que mis  otoños pronto se convertirán en inviernos, él sigue acomodado en sus mentiras y sus promesas. Yo cambié, su comida está fría, sus trajes ya no están impecables, ni su cama caliente. He cortado los barrotes de la jaula de oro, he deshilachado las hebras que me sujetaban como una marioneta, he abierto las alas y he aprendido a volar en pos de mis sueños. Cada jornada me engalano, me maquillo, me perfumo y salgo a vivir. Hablan mal de mí ¿a quién le importa?
Puede que hasta hace poco la historia de mi vida la escribieran otros pero ahora, con más años por detrás que por delante, al epílogo de mi existencia seré yo quien le ponga cada letra, cada coma, cada tilde, cada borrón;  hasta su punto y final.




© María Dolores Moreno Herrera