sábado, 27 de febrero de 2016

ROSTROS SIN ALMAS, ALMAS SIN ROSTROS.

(imagen de la red)


Es una noche fría, tumbada en el helado suelo y tapada con una vieja manta que alguien me dio cuando llegué a este lugar trato en vano de dormir, mi estomago ruge de hambre, la comida de hoy apenas si alcanzó para todos,  aprieto los ojos obligándome conciliar el sueño y apartar las imágenes que durante mucho tiempo me causan pesadillas.

Quiero olvidar a mi padre abatido en la puerta de mi humilde casa. El agotamiento tras las largas caminatas en las que perdí hasta las suelas de mis zapatos. Deseo apartar de mi cerebro a mi madre cuyo cuerpo, tras protegerme de un maldito ataque, quedó olvidado junto con otros en un devastador paisaje de muerte.
O los largos meses en el que ese gran grupo de almas errantes, donde yo como otros muchos era un ánima huérfana, anduvimos campo a través siguiendo riachuelos, senderos, vías de tren…, asustados hasta del aleteo de una insignificante mariposa.

Deseo borrar la cara de pena de la gente que nos vio llegar derrotados, harapientos y las de odio de los que nos ven como una amenaza…

Estoy sumida en mis tristes pensamientos cuando alguien tira de mí y me alza en vilo, quiero gritar pero una gran mano me tapa la boca, mientras me alejan de mi pequeño refugio. Aunque no entiendo que dicen, no conozco su lengua, sé que son tres hombres.

 Caminan durante un largo trecho y me dejan caer de malos modos en la tierra, mi cuerpo, apenas soy piel sobre huesos, cruje por el impacto.  Ellos hablan, ríen mientras me sujetan, los brazos y siguen manteniéndome en silencio, otro me va despojando de lo que queda de mi pobre ropa, se tumba sobre mi, puedo ver su sonrisa lobuna y sus ojos brillantes mientras me abre las piernas y de repente un dolor intenso me invade como si me partiera en dos, me agito tratando en vano de apartarlo, lucho y él más se ríe. Cuando parece que todo acaba cambia su posición con otro y todo comienza de nuevo…, una y otra vez.
Al final se ponen en pie mientras me contemplan durante un instante. Vuelven a decir algo antes de sentir fuerte un puntapié en el costado que hunde mis costillas clavándolas en el pulmón.

Me quedó ahí tirada, apenas puedo respirar, me duele el bajo vientre y noto un líquido viscoso resbalar por mis muslos. No puedo moverme, así que me quedo quieta viendo las estrellas llorar, mientras las lágrimas escapan de mis ojos y  ruedan por mis sienes, soy consciente que no volveré a ver el sol pero, he aprendido que hay cosas peor que la muerte. 

Por cierto antes de marcharme me gustaría presentarme me llamo Dhana, tengo 8 años y nací en un pueblo cerca  Ariha (Siria). Jamás quise venir a Europa, solo deseaba tener una familia, un hogar y ser una niña feliz.




©María Dolores Moreno Herrera. 

sábado, 20 de febrero de 2016

CUESTIÓN DE EXIGENCIAS


No soy, ni he sido nunca enamoradiza, puede que tal vez ni romántica ya que jamás creí en los príncipes azules sé que destiñen al primer lavado, ni en los caballeros andantes de brillante armadura, es tan cansado eso de andar sacándole brillo cada dos por tres para que esté siempre reluciente, ufff..., que pereza. Lo que me crió fama de exigente, de remilgada…, más los consabidos “te vas a quedar para vestir santos”, “solterona” o el “se te va a pasar el arroz”.

Cosas que a mi sinceramente me la traían al pairo, no iba a tener una pareja por que mis amigas la tuvieran, por tradición o por que me sintiera obligada a ello para acallar las burlas de unos cuantos. Si mi media naranja estaba  por ahí la encontraría y si no pues oye mejor sola que compartiendo la vida con un medio limón.

Y realmente no es que pidiera nada del otro mundo, me daba igual el físico, no soy materialista así que el dinero no era un problema, simplemente quería algo que fuera especial, no sabía que exactamente sólo que cuando lo viera lo reconocería.

Fue una tarde en el parque, principios de otoño, estaba sentada en un banco leyendo embelesada cuando una voz grave me preguntó si se podía sentar, alcé la vista un segundo para afirmar y ahí estaba él, un tipo normal tanto que podía pasar inadvertido para cualquiera excepto para mí, parpadeé sorprendida por que aquel desconocido tenía lo que siempre busqué en un hombre. Marqué la página del libro y comenzamos a hablar, fue un rato agradable. Quedamos para la tarde siguiente, y luego la otra…


 No necesitaba conquistarme con manidas palabras de amor, matar flores para demostrarme su cariño, sólo fijar la vista en mí, sonreírme con la mirada y regalarme las estrellas que brillaban en el fondo de sus iris. 

Con el paso de los años, algunas de quienes se burlaron vieron como los príncipes se convirtieron en sapos, los caballeros  no eran más que canallas, las palabras se las llevó el viento, las flores murieron olvidadas en un jarrón y yo sigo teniendo una sonriente mirada y unos ojos llenos de titilantes estrellas que me templan el corazón.

©María Dolores Moreno Herrera.


miércoles, 17 de febrero de 2016

BAJO LA LLUVIA


Hacía mucho tiempo que no visitaba esta ciudad y a pesar de las altas horas, del frío y la tormenta; los pies y la añoranza me llevan a la calle donde la vi por primera vez. Aún me acuerdo de la cara hermosa, los iris cuajados de estrellas, la sonrisa llena de quimeras.  Todavía recuerdo las caricias compradas, los besos teñidos de falsa roja pasión y los juramentos vacíos que adquirí por unas pocas monedas, por que todo tenía un precio para la pequeña vendedora de humo, e incluso sabiendo todo eso la amé y para que mentirme continuaba amándola.

La calle oscura me contempla como si fuese un loco, realmente no sé muy bien que hago allí, dispuesto a regresar a mi hotel comienzo a girar sobre mis talones, cuando un relámpago cruza el cielo y en su brillante camino me deja ver una silueta apoyada en la pared. Arrastro mis plantas entre los charcos hacia la mujer, lo suficientemente cerca para que ambos podamos observarnos.

Ella me mira sin verme, yo veo casi sin mirar. Ya no queda nada de lo que fue, de lo que un día yo, como tantos otros, me volví loco por comprar. No es más que una muñeca rota a la que la vida se le ha ido escapando entre los dedos dejando la huella de la amargura en su rostro castigado.

Habla ofreciéndose como lo que siempre fue, simple mercancía, tratando de embaucarme con huecas promesas, pero en su voz, que apenas es un susurro, ya no hay melodía y en los ojos perdidos ya no centellea ni un mísero atisbo de magia.

Maldice recostándose sobre el muro cuando niego. Asqueado me revuelvo para irme de allí pero soy incapaz de dejar el lugar sin observarla una vez más. Por encima del hombro vuelvo a vislumbrarla, cabizbaja bajo el aguacero. Dejando que la lluvia le empape y le cale hasta los huesos como si el agua que le cae encima pudiera limpiar la podredumbre de su alma, como si el olor a tierra mojada que emana del asfalto lograra, aunque fuera por un segundo, mitigar el hedor a viciada soledad que la envuelve.

Retomo mi camino sin volver la vista atrás.  Suspiro, me subo las solapas de la gabardina, voy andando despacio hacia un nuevo horizonte, ordenando al helor de la noche congele todos mis recuerdos y los quiebre en mil pedazos.
Hoy  por fin lo entiendo, ella, cansada, vapuleada y castigada, seguía siendo quien dijo ser y yo…, yo solo fui un pobre imbécil soñador cuyo maltrecho corazón se tragaban los desagües aquella noche bajo la lluvia.

©María Dolores Moreno Herrera. 

sábado, 13 de febrero de 2016

TU O YO



Ahí estabas dando mil razones, tus razones. Recitando el refranero sobre el amor y diciendo que si amabas a alguien debías  dejarle marchar…, hablando de tus sueños, tus ideas, tus, tus, tus… ¿y yo?

Lo cierto es que no sé en que momento había dejado de escuchar y me dejé llevar por mis propios pensamientos. Hacia mucho que, como insertadas por invisibles alfileres, las mariposas que un día revolotearon en mi estomago, yacían inertes en sus paredes.

No iba a engañarme, si se iba le extrañaría un día o una semana, aunque también era consciente que no derramaría mares de lágrimas por él, ni naufragaría en océanos de recuerdos o escalaría, hasta dejarme las uñas, montañas de vivencias compartidas.

No le amaba ya  y ni siquiera estaba segura si alguna vez sentí algo más que afecto disfrazado. Parpadeé tratando de volver a la realidad.

    Es una gran oportunidad para mí—sonrió depositando un beso sobre mis nudillos—, te amo, sabes que volveré.

Asentí cabizbaja, estaba tan orgulloso de si mismo que ni siquiera se preocupó de mi tristeza cuando se marchó silbando calle abajo con las manos en los bolsillos, lo que  no le dije fue que no estaría a su  regreso.

Subí a casa me miré al espejo y apenas reconocí a la chica de ojos tristes que me miraba desde el otro lado. Esa no era yo, un año de amargo noviazgo donde uno mandaba y otro obedecía,  lo único que tenía claro era que no quería que su egoísmo acabara de anularme y terminar por convertirme en una marioneta en sus manos.

A la mañana siguiente temprano fui al banco, vacié la libreta de ahorros, cambié la mitad en divisa extranjera. Fui a la peluquería me corté el pelo por que él lo odiaba, manicura, pedicura, masaje, más tarde me gasté un buen dinero en un vestido rojo ceñido que me encantaba, zapatos de tacón y bolso a juego, me cambié en la tienda. Me hice unas fotos de esas que te dan en 5 minutos y las guardé. Luego fui a una agencia de viajes y saqué un billete de ida al país de mis sueños para dos días después.
Regresé a casa hice la maleta, desoí los consejos de mis padres, y el día señalado desde el aeropuerto antes  de subirme al avión, envié un sobre a la dirección de los padres de mi ex, en él contenía una foto.  

Hace tres años de esto, sigo viviendo en el país de mis sueños y me gusta asomarme a la ventana de mi pequeño hogar y ver el mar rugir bravo contra los acantilados, así como bravas revolotean las mariposas en mi estomago cuando me miro al espejo y veo la chispa relucir en los ojos de aquella muchacha que decidió cortar los hilos que la ataban. En un rincón una foto clavada en la pared de una joven vestida de rojo, en letra picuda y como especie de recordatorio se puede leer: YO SI ME QUIERO.


©María Dolores Moreno Herrera. 

martes, 9 de febrero de 2016

PELIGROSA PASIÓN


Siento la punta del puñal ahí donde mi pulso palpita, un segundo eterno y comienza su lento descenso.

Una voz apagada, temor, jadeos, deseo.

Serpentinas de acero van dibujando mi cuerpo, tatuando a fuego mi piel que arde con cada una de las frías caricias, haciendo que el calor que me consume vaya empapándome de lava ardiente, derritiendo el mundo tras mis parpados cerrados.

Confianza, anhelo, placer.  

Y cuando el universo estalla haciéndome pedazos, abro los ojos y observo tu boca curvada de satisfacción, clavo mi mirada en tus iris incandescentes de pasión y aún sintiendo el filo del estilete recorrer mi pecho, elevo el cuerpo y con el susurro silencioso de quien se abrasa en la hoguera del éxtasis suplico: más.

©María Dolores Moreno Herrera. 


sábado, 6 de febrero de 2016

EL HIGHLANDER


Tumbado sobre la fría y húmeda piedra de la celda de la Torre de Londres,  agitó las encadenadas manos tratando de espantar a las ratas que campaban a sus anchas y que se acercaban descaradas al mendrugo de mohoso pan que le habían llevado hacía un rato, el ruido de las cadenas las hizo soltar chillidos espantados y huir, pero las pequeñas bastardas volverían al ataque más pronto que tarde.

Cerró los ojos en un vano intento por dormir, o al menos entrar en un sopor que aliviara el dolor de sus huesos. Sin saber por qué su mente voló al encuentro que, más de dos décadas antes, tuvo en el claro del bosque junto al río con una extraña muchacha de ojos como ónices y de largo cabello negro como la noche más oscura, que ondeaba a su alrededor mecido por un inexistente viento. Ella estaba ahí al lado de la ribera observando la corriente, con cientos de tartanes de todos los colores de los clanes descansando cuidadosamente bajo sus pies.

Al sentir su presencia, la joven sonrió y se acercó con un caminar tan etéreo que parecía flotar sobre la verde hierba. Al llegar frente a él sus iris se clavaron en los suyos y después de lo que pareció una eternidad se giró y desapareció entre los árboles, antes de que siquiera pudiera preguntar su nombre. Ni una palabra surgió de los pálidos labios sin embargo, su cabeza estaba llenas de palabras no pronunciadas que quedaron grabadas a fuego en su interior.


Eres el elegido, estaré contigo el resto de tus días. Te acompañaré en la guerra y te guiaré en la victoria y en la derrota. Serás perseguido, por justos e injustos.  Conocerás el amor y también el odio, la amistad y esos mismos amigos que te acompañaran en la lucha serán los que te traicionen. Olfatearás el olor de la sangre y tus ojos contemplaran los cadáveres de seres queridos, de hombres y mujeres que te seguirán en la causa. Verás la tierra que amas oprimida por el invasor, sus campos regados por el fluido vital de sus vástagos y el tuyo propio, las esmeraldas colinas clamar venganza con los gritos de viudas, de madres desconsoladas y lagrimas de pena y sufrimiento llenaran ríos y lagos. Estaré ahí, cuando aquellos en los que confiarás te vendan al enemigo. Pero no desfallezcas, aún cuando el destierro te separe de tus raíces. No sientas temor el día que me vuelva a mostrar ante ti, aun a sabiendas  que mi presencia será el fin de tu existencia. Sin sacrificio no hay libertad.

Con el cuerpo perlado por un frío sudor, se dio cuenta que la profecía se había cumplido con increíble exactitud. Sólo faltaba una única cosa por suceder.  Abrió los parpados de golpe al escuchar el graznido de un cuervo en la lejanía. Se sentó apoyando la espalda en la pared y esperó pacientemente la visita anunciada.
 No pasó mucho tiempo cuando la puerta chirrió al girar sobre los goznes y una figura femenina envuelta en una capa hizo acto de presencia. Durante unos segundos permaneció en el umbral estudiándolo, luego al igual que aquel lejano día ella pareció levitar hasta el centro de la estancia. Con parsimonia llevó las manos hasta el borde de la capucha que le cubría la cabeza y la retiró mostrando el rostro, que no había cambiado ni un ápice desde la primera vez.
Cuando se acercó quiso alzarse pero los grilletes le impidieron poco más que hincarse de rodillas. Ahí estaba la Morrigan y está vez no se iría con las manos vacías.

    Ha llegado la hora ¿verdad? —demandó con queda voz y tragó saliva al verla asentir. — Hazlo ya, que sea rápido te lo suplico. 
    No me corresponde a mi arrebatarte la vida —replicó la diosa alzando las palmas—, aquellos que te mantienen cautivo serán quienes me entreguen tu alma.

Apartando la vista de él, se giró dándole la espalda y continuó su diatriba.

—Aún deberás padecer un terrible suplicio,  la crueldad de tus enemigos se cebará en ti, serás despojado de tu honor, desnudo y atado a dos caballos te arrastrarán por las calles, para después ahorcarte. No te dejarán morir, antes de que esto suceda serás castrado, destripado y verás tus entrañas arder en la hoguera,  solo entonces tu aliento se extinguirá  —Se volvió para enfrentar la palidez del hombre que la contemplaba con la mirada perdida—Tu nombre será emblema de orgullo y será pronunciado con fervor por la libertad, los tuyos te venerarán a través de los siglos y tu valor será símbolo de patriotismo y ufanía para el pueblo escocés. La muerte te hará inmortal.

Apretó los párpados con fuerza cuando ella desapareció como un fantasma dejándolo solo. Sintió miedo, dolor y frustración,  pero alzó la cabeza con dignidad cuando dos soldados ingleses entraron en el calabozo y de malos modos lo empujaron hacia el exterior.

— ¿Has perdido tu valentía Wallace?  —preguntó uno de ellos arrancándole parte de las vestiduras.
—Habla asqueroso traidor —inquirió el otro golpeándole en las costillas con tanta ira que quedó tumbado boca arriba en el suelo.

Un solitario cuervo sobrevoló el patio antes de posarse en una rama cercana y graznar. Incorporándose  y manteniéndose erguido con dificultad debido a los empujones e impactos de los sassenachs que sin piedad, lo conducían al patíbulo donde estaba escrito su destino murmuró:

ALBA ¡GU BRATH!


©María Dolores Moreno Herrera.

miércoles, 3 de febrero de 2016

EN LOS BRAZOS DEL OLVIDO



Invoco tu imagen en mi mente, cada rasgo, cada gesto y ante ella me doy cuenta que las lágrimas vertidas no han sido por ausencia.

 Quizá de tanto añorarte se me olvidó quererte.
Por fin entiendo, que cada gota fue por la tristeza de no estar triste sin ti.

Miro mis puños cerrados y abriendo lentamente los dedos voy rompiendo los invisibles lazos que me unieron a ti, así mientras tú figura como insípido, humo se va desvaneciendo, percibo que ya no me dueles.

Una sonrisa se dibuja en mi cara al posar los ojos en mis palmas vacías. Hoy sé con certeza que en los brazos del olvido te daré muerte.

©María Dolores Moreno Herrera.