lunes, 25 de mayo de 2020

HELIOS Y SELENE



Nos amamos por que somos diferentes.

Cuenta una antigua leyenda que en  el principio de los tiempos Helios y Selene se encontraron y se enamoraron. Él todo fuego, cayó prendado de la belleza y el misterio que ella emana. Ella todo hielo que se derritió ante  la poderosa presencia de la pasión. Pero es el suyo un amor desdichado porque, desde su existencia,  están condenados a vivir separados.
  
Llevan una eternidad  persiguiéndose por el reino de Urano a través en los días y las noches, añorando poder tocarse.

Aunque el Sol, desde la distancia, la acaricia con su luz y calor, la Luna desconsolada palidece por no poder tocar a  su amante. A veces, se asoma lívida, a los cielos diurnos para ver a su enamorado.

Si bien ella coqueta, se deja querer, es la novia de los marinos, la confidente de los enamorados, la guía de los soñadores…, solo suspira por el astro rey.

Una vez al mes, Selene enigmática,  se envuelve en un manto de estrellas y desaparece, hay quien dice que se esconde triste, otros que ha ido a reunirse con Helios. Lo cierto es, que cuando resurge parece acunar los recuerdos de un arrebatador encuentro que la harán acabar preciosa y preñada de amor para ir empequeñeciendo hasta ocultarse de nuevo.

Pero ocasionalmente,  Cronos en su sabiduría, les concede huir, desvanecerse durante un mágico  instante.

Entonces  la Luna,  tierna y mimosa, abraza al Sol mientras este se entrega ardiente a  un juego erótico con su añorada compañera y ella amorosa  y  sonrojada lo guarda de los ojos envidiosos, y así permanecen enlazados dando rienda suelta sus sentidos, deleitándose uno en el otro hasta acabar consumidos de placer.

sábado, 2 de mayo de 2020

ETERNAS E INOLVIDABLES



“Muchas maravillas hay en el universo, pero la obra maestra de la creación es el corazón materno” (Ernest Bersot).


En un lejano lugar del firmamento, donde la luna ilumina con más intensidad y el sol calienta suave, está el hermoso rincón de las madres que marcharon. Quizá las lágrimas no nos permitan verlas pero allí, mirando desde un balcón de estrellas, sonríen y nos observan atentamente.

Desde ese precioso sitio, que titila incesante nos hacen llegar su brillo, aprovechando la noche para envolverse en un manto de purpurina y dejarse ver.

En la eterna distancia, nos alientan y nos ayudan a sobrellevar las cargas. Nos dan fuerza para continuar viviendo y ánimos para caminar hacia delante. Ellas, a pesar de su ausencia saben estar cuando se las necesita, con su memoria alivian las heridas que jamás cicatrizaran. Sí, supieron dejar la huella del amor incondicional que mora plácidamente,  en lo más profundo de nuestra alma, ese indeleble al que aferrarse día a día.

Allí en esa preciosa estrella, la que brilla con más fuerza, residen inmortales los corazones henchidos de amor de las madres que partieron. Y vestidas con túnicas de resplandeciente cielo, nos arrullan mientras nos
susurran en sueños, mágicos  cuentos para dormir, nos arropan con un manto de luceros, nos acarician con el recuerdo de la música de su voz, y ataviadas de  viento, nos besan con los labios de la brisa  cuando esta nos roza las mejillas.

¡FELIZ DÍA DE LA MADRE!