El silencio de la noche se rompió con el repiqueteo de los
tacones de la solitaria dama envuelta en una capa con capucha caminaba presurosa
por la acera. En lo alto del firmamento la luna llena vertía su argenta luz
sobre ella, dándole un aspecto atrayentemente tétrico. Cruzó la calle despacio y se detuvo un minuto
ante el parque, era el camino más corto para llegar a la fiesta de Halloween
que daban sus amigos, sintió un poco de miedo ya que las tibias luces de las
farolas apenas si bordaban sombras fantasmagóricas
entre los árboles y vino a su mente una historia que le contaron hace varios
años, donde una joven tal día como aquel desapareció en aquel jardín.
Meneó la cabeza ante
su estúpido pánico, sin duda se estaba dejando influenciar por la fecha y los
cuentos de viejos. No tenía tiempo para esas tonterías o como de costumbre
llegaría tarde.
Con decisión comenzó caminar por el sendero, sonrió
tontamente por su temor cuando a lo lejos vio acercarse, con paso tambaleante,
a otras personas también disfrazadas de zombies.
Una mueca torció sus bien pintados labios, una gota de sudor rodó entre sus pechos y un
ligero temblor sacudió su cuerpo al escuchar el raro y susurrante cántico que
aquellos extraños que cada vez estaban más próximos. Aquello era…, no eso eran
leyendas para asustar a los niños.
Quiso darse la vuelta
y regresar pero sus pies no respondían y no fue capaz de moverse un ápice.
Intentó gritar pero ningún
sonido salió de su garganta cuando el primero de aquellos seres llegó a
su altura, un rostro maliciento de orbes hundidos la contemplaba con lo que algún
día pudo ser una sonrisa, al tiempo que le tendía el crucifijo que portaba.
Sus brazos, como resortes tomaron aquella cruz mientras su
capa resbalaba sobre los hombros hasta yacer en el suelo. Sin mediar palabra
comenzó a dar un paso tras otro abriendo aquella procesión de muerte seguida de
miles de cuerpos traslucidos hasta perderse entre las sombras.
Nadie supo de ella nunca más, sólo el trozo de tela que la
envolvía apareció en un camino del parque.
Cada noche, con el rostro ajado y ceniciento, una mujer
desaparecida llevando una cruz en la mano abre el sequito de la Santa Compaña , buscando un alma
errante que la libere del peso aquella maldición.