(Imagen de la red) |
Ahora, con más años por
detrás que por delante, los misterios se desvelaron. Cuando mis años ya no se contaban
en primaveras descubrí que fui lo que todos esperaban. Hija, mujer y madre
abnegada.
Respiré pero nunca viví,
así debía ser y así lo acepté. Jamás protesté ante mi destino, a pesar de la
tristeza que me provocaba asfixiarme entre limpiadores, estropajos, fogones… Era
mi obligación dibujar una sonrisa y agradecer tener una familia perfecta. Nunca
saqué un pie del plato por el que dirán, mientras las cuerdas que movían mi ser
se convertían en gruesas sogas. La ordenadísima, enorme y elegante vivienda era
una jaula de oro que me ahogaba lentamente.
Echando la vista atrás, contemplo
como perdí la juventud junto a un hombre que, aunque siempre ha sido amable y
buen padre, buscó su espacio pisando el mío. Iba a sus partidos pero bailar era
una idiotez. Adicto a las “canitas al aire” que jurando perennemente no pasarían
más y yo como buena esposa, tragándome el orgullo perdonaba. Los polluelos hace
tiempo abandonaron el nido.
Hoy que mis otoños pronto se convertirán en inviernos, él
sigue acomodado en sus mentiras y sus promesas. Yo cambié, su comida está fría,
sus trajes ya no están impecables, ni su cama caliente. He cortado los barrotes
de la jaula de oro, he deshilachado las hebras que me sujetaban como una
marioneta, he abierto las alas y he aprendido a volar en pos de mis sueños.
Cada jornada me engalano, me maquillo, me perfumo y salgo a vivir. Hablan mal
de mí ¿a quién le importa?
Puede que hasta hace poco
la historia de mi vida la escribieran otros pero ahora, con más años por detrás
que por delante, al epílogo de mi existencia seré yo quien le ponga cada letra,
cada coma, cada tilde, cada borrón; hasta
su punto y final.
© María Dolores Moreno Herrera