El primer amor es como la viruela, deja huellas imborrables.
Con el paso de los años los
amores cambian pero, jamás olvidas aquel que fue el primero.
Le
conocí un día de verano como otro cualquiera, o tal vez era
diferente ya que
me cambiaría la vida. Yo, era muy niña la primera vez que lo vi.
Desde
el mismo instante que mis ojos se posaron en él, mi corazón comenzó
a latir desbocado, mi estomago se llenó de mariposas…, cosa que no
entendía, pero que con el paso del tiempo, cuando ya eres
adolescente o adulta reconoces como señales inequívocas de
enamoramiento.
Él
era hermoso, lo más bonito que jamás hubiese visto nunca y conforme
lo conocía más me gustaba, tanto en su apariencia como en su
interior, era perfecto.
En
mi acaloramiento, y no solo por las altas temperaturas del estío,
creé
mi mundo a su alrededor.
No prestaba atención a nada, ni padres, ni primos,
ni amigos. No perdía un
momento para estar a su lado, cualquier minuto, cualquier segundo era
suyo. No me importaban juegos, playa o piscina sino estaba conmigo.
Fue
mi acompañante en las largas tardes de agosto, durante las eternas
siestas y el héroe de mis sueños en aquellas noches soporíferas.
Él hizo inolvidable aquel verano.
Cierto,
que no ha sido
el único, mis gustos han ido cambiando conforme crecía y han habido
otros muchos, cientos. Sí, lo sé soy una promiscua pero que le voy
a hacer, no me arrepiento de nada. Y como señalé antes, he variado
muchas veces en cuanto a gustos, adoré
a
casi todos.
A
pesar de haber disfrutado
de otros amoríos,
otras pieles entre mis manos, jamás
cambiaron mis
sentimientos por él, sigo
sintiendo mariposas en el estomago
cuando lo veo y me pican los dedos por tocarlo.
Él fue el primero, el que me enseñó, me enamoró, me
abrió los ojos hacia un maravilloso mundo. Sí,
aún lo amo.
Edmond
Dantes, Conde de Montecristo mi primer y
gran amor, el que me
cautivó en el bello
“vicio” de leer y suyo será mi corazón por siempre.