(Imagen de la red) |
Nadir sonrió al escuchar a su mujer cantar, le gustaba que
Laila fuera feliz. Negros nubarrones anunciaban tormenta. Dejó el hogar y bajó a
la playa. El viento soplaba con fuerza. Dio un respingo cuando la espuma marina
le rozó los pies apartándose como si una corriente eléctrica le recorriera el
alma. La lluvia comenzó a caer como si se abriera el cielo.
Sentado sobre unas piedras lo bastante lejos del agua dejó a
su mente viajar al comienzo.
Norte de África. Media noche, un niño de siete años en una
barquichuela abarrotada, un mar crispado golpeando aquella débil embarcación
que, ya cerca de la costa, zozobra. Su
madre batallando contra los elementos, arrastrándolo
hasta una roca, antes de desaparecer. Gritos. Rayos que iluminan enormes olas,
truenos que hacen temblar todo alrededor. Mientras unos pequeños brazos luchan
por continuar aferrados en aquella pétrea estructura de afilados cantos que,
con cada embestida del bravío océano que no entiende de hambre, frío, de miseria…,
se clavan como puñales lacerando su delicada
piel de ébano. Más tarde el silencio ensordecedor.
El amanecer trae la desolación, trozos de tablas y cuerpos
flotando a su alrededor, otros se hundieron para siempre en aquel Atlántico implacable,
entre ellos los de una mujer con una túnica gris y la inocencia de Nadir.
Alguien lo encuentra
horas después más muerto que vivo, lo arropan, alimentan y lo trasladan a un
lugar seguro.
Ahora vive el presente…tiene los papeles en regla, un
trabajo en unos invernaderos, una mujer
preciosa y espera su primer hijo…, aún así cada tormenta, el torrente de
amargas lágrimas le lleva al pasado. Lentamente regresa a casa.
Como siempre Laila lo espera con una camisa seca, ya no
canta, su rostro está ensombrecido como queriendo compartir el dolor que lo aflige
a él.
Dibuja una sonrisa forzada, se quita la prenda mojada y contempla las cicatrices blanquecinas en
sus antebrazos y torso, muchas quedan ocultas por los pantalones, es el estigma
que llevará por el logro de una vida mejor. Es afortunado. Otros, como su madre, con suerte solo serán
recordados.
© María Dolores Moreno
Herrera.
(Galardón obtenido, precioso trabajo elaborado por Sue propietaria de la Comunidad Relatos Compulsivos). |