Siempre he sido un solitario empedernido, sin amigos, sin
familia…, pero todo mi mundo se hizo añicos en el mismo instante en que fijé
mis ojos en los suyos, verdes como el jade, mi corazón comenzó a bombear tan
fuerte que pensé que se me saldría del pecho. Envuelta en una túnica escarlata,
con el pelo negro ondeando al viento parecía una diosa de un mundo fantástico,
cuando me sonrió supe que estaba perdido, que nada volvería a ser como antes.
Tendí mi mano hacía ella, era mi sueño hecho realidad, rodeada de ese aura
divina que la hacía irresistible a mis ojos, era bella, simplemente perfecta.
Supo desde el primer momento que me tenía a sus pies y que no opondría
resistencia alguna por seguirla hasta donde quisiera llevarme.
— Te amo— murmuré, aún sin conocer su nombre— Te amo.
— ¿Me amas?— su voz era tan dulce como una caricia, tanto que me estremecí por
el simple placer de oírla hablar.
— Si, te amo— repetí, era lo único que era capaz de decir, caminé con paso
tranquilo hasta ella, necesitado por tocarla, por sentir el calor de su piel en
mis manos.
— Vete— me dijo dándose la vuelta para marcharse— aléjate, este no es tu sitio.
Ya volveremos a vernos.
—¡ No puedo!— exclamé— no me abandones.
Ella alzó sus elegantes manos hasta mi torso desnudo, no tenían la calidez que
esperaba, más bien estaban gélidas, pero era un frío agradable que me llegó
hasta la columna despertando aún más mi necesidad.
— ¿Qué quieres de mí?— susurró sin dejar de mirarme y de tocarme.
— Quiero estar siempre contigo— respondí embriagado por el torrente de deseo
que recorría mis venas como una manada de potros salvajes—, siempre.
—¿Qué me darás a cambio?— preguntó.
— Todo lo que tengo, todo lo que soy— dije desesperado para que no me
abandonara.
— Si eso es lo que quieres, que así sea— me tomó de la mano y me llevó con
ella, mientras me afirmaba— el siempre es muy efímero.
Nos amamos noche y día en un lecho de negras sábanas de seda, su cuerpo era mi
hogar, mi templo, mi mundo…, respondía a mis caricias como si nos conociéramos
de siempre, como si supiera que
era lo que necesitaba, en sus brazos supe que era la felicidad.
—¿Me amas?— demandé una noche mientras acariciaba su nívea piel.
— Si— afirmó contundente—, te amo y te reclamo para mí.
— Ya soy…— posó las frías falanges sobre mi boca, acallándome.
— Es tiempo de separarnos— murmuró sobre mis labios con dulzura—, antes de
estar juntos.
— No me dejes— supliqué— por favor, no me dejes.
— No soy yo quien se va— por primera vez sus ojos adquirieron un inquietante
brillo que hizo que un escalofrío me sacudiera por completo— ha llegado la hora.
Sentí como sus manos se introducían en mi pecho y sin miramientos me arrancaban
el corazón, no sentí dolor, me lo mostró triunfante, sin dejar de mirarme
fijamente hasta que dejó de latir, mis orbes se abrieron, boqueé
desmesuradamente pero no fui capaz de emitir una sola palabra.
Me desperté sobresaltado, con las sábanas enrolladas en mi cuerpo y un sudor
frío envolviéndome por completo, llevé las palmas a mi pecho tratando de
encontrar la herida, pero no había nada. Tan sólo había sido una maldita
pesadilla.
El sonido de un sollozo me
hizo levantar la vista, no estaba solo, una joven rubia de ojos azules me
miraba y lloraba sin consuelo, alguien la acompañaba una pareja de ancianos y
algunas personas más me contemplaban. Me sonaban sus caras aunque no les
conocía. Les hablé pero no me escuchaban, traté de levantarme pero estaba
paralizado, grité y grité pero no solo no me hacían caso, sino que poco a poco
se iban desvaneciendo ¿Qué estaba pasándome? El pánico se apoderó de mí.
Recorrí la vista por la estancia, una aséptica habitación de hospital, alguien
permanecía escondido entre las sombras, dio unos pasos hasta mí, iba envuelta
en una capa oscura que la ocultaba por completo, de pronto la capucha cayó
hacía atrás, mostrándome los ojos verdes jade más hermosos que jamás hubiese
podido ver, sonreí, ella estaba allí conmigo, tal vez seguía dormido, si eso
era, se acercó a mi lado, una cadavérica mano me acarició la mejilla.
—¿Quién eres?— le pregunté sabiendo la respuesta de antemano.
— Soy la Muerte.
— ¿Qué haces aquí?
— He venido a reclamar lo que me pertenece— su voz continuaba siendo la más
dulce que jamás había escuchado—. He venido a reclamarte a ti, mi amor.
—¿Mi amor?— me sorprendió que me llamará por ese apelativo cariñoso— yo pensé
que tu no…
— ¿Ya no me amas?— demandó tristemente.
— Si te amo— afirmé sin dudarlo—. Pero tú…
—Soy una mujer— murmuró con ternura— que vaga sola por el mundo, rechazada,
temida y odiada por todos pero, que tiene anhelos y deseos como todas…
—¿Qué deseas?— alcé las manos para acariciar el hermoso pómulo y arrastrar la
lágrima que rodaba por ella.
—Tu amor de hombre.
No hicieron falta más palabras entre nosotros, acuné su rostro entre mis manos
y la besé. Yacía en los dulces brazos de La Parca, la hice mía y yo fui suyo para la
eternidad. Perdí la vida en la bruma de la locura, pero encontré algo precioso
a su lado, el amor verdadero que sólo puede dar una mujer entregada.