domingo, 29 de mayo de 2016

ALMA DE OTOÑO



Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo vivió en la vieja casona una joven, nadie recuerda su aspecto, ni su nombre siquiera, pero todos saben su historia.

Una noche fría de otoño durante la celebración de una enorme fiesta la muchacha entró en el salón. Serpientes y escorpiones disfrazados de elegantes damas y caballeros, con ricas máscaras cubriendo sus asquerosos rostros, danzaban al son de una melodiosa música, las risas se mezclaban con las notas, el oro del champán competía con el dorado de las lámparas, interés e hipocresía cubiertos de seda y encaje paseaban fastuosos sobre las ricas alfombras persas.
Haciendo caso omiso de su raído traje de lana gris, se dirigió hacia el centro de la estancia con la vista clavada en el dueño de la casa. Unos iris suplicantes avanzaron hacia otros que destilaban tristeza, pero cuando casi estaba a su lado, él se dio la vuelta mostrándole la ancha espalda.

Un extraño crujido resonó entre los alegres compases, mas nadie lo oyó. Bajando la mirada abandonó el festín, subió a su cuarto, tomó la ajada capa envolviendo con ella las viejas cicatrices junto con las nuevas heridas y partió.

Dicen que la vieron cruzar el puente y adentrarse en el bosque hasta que la niebla la engulló. Unos afirman que la devoraron las fieras, otros que murió de melancolía escondida entre la maleza pero, todos afirman que en las noches de otoño una extraña dama de sombrío ropaje, regresa a la casona en busca de los pedazos del corazón que dejó esparcido entre sus muros. 

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Hacía tiempo que todo terminó, las caretas caídas en el suelo dieron lugar a la verdad, había mordido la mano acariciadora mientras se afanaba en lamer la bota que continuamente lo pateaba,  cambió el amor y la lealtad, por los falsos halagos, le pudo la vanidad. La soberbia le venció una vez más y esta vez era consciente que la derrota era para siempre.
Cerró el libro, que no leía, acarició la exquisita cubierta de piel repasando con cuidado el título grabado en áureas letras y lo dejó en el sofá. A pesar del fuego que crepitaba en la chimenea el frío que lo poseyó la noche que aquella joven, a la que nunca quiso ver desapareció, seguía en él.
Con paso cansado se dirigió a la ventana, apoyó la mano sobre el cristal y oteó el horizonte. Allá a lo lejos con el cabello agitado por el viento, unos ojos tristes se clavaron en los suyos preñados de soledad.
Se apresuró, abrió el portalón y corrió hasta la figura femenina pero,  como cada otoño desde varios años atrás, el aire arremolinó las hojas caídas a su alrededor allí donde creyó haberla visto, mientras un trocito en el interior de su pecho dejaba de latir lentamente.


© María Dolores Moreno Herrera. 

martes, 24 de mayo de 2016

EL ROSTRO DE LA INOCENCIA

Hoy traigo una entrada muy especial,  algo que escribí allá por el año 2011 junto con mi compañera de fatigas Adela (Ade), con la cual me muero de ganas por volver a escribir. Nos quedan muchos sueños que cumplir así que espero que se ponga las pilas. 
Esta historia, fue escrita vía Messenger durante una noche, para un concurso donde nos retaron y quedó segunda, espero que la disfruten al igual que la disfrutamos nosotras escribiéndola. 



EL ROSTRO DE LA INOCENCIA

Las risas y las voces de los infantes flotaban en su cabeza como el vapor de un buen whisky, eran como una droga que lo llamaban y a la vez una maldición que lo obligaban a mantener la vista fija en los correteantes cuerpecitos.
Pertrechado tras la protección del grueso tronco, buscó entre los niños hasta encontrar al objeto de su deseo, tragó sonoramente antes de humedecerse los resecos labios. Era tan hermosa. Le recordaba a las delicadas amapolas, con el precioso rostro sonrojado por sus juegos; pequeña y frágil, como si la más leve brisa fuese a desperdigar sus hojas al viento. Los dedos le picaron deseosos de enredarse en la rubia y rizada melena, tuvo que cerrarlos en un apretado puño para evitar la tentación de echar a andar hacia ella y comprobar su suavidad. Sonrió cuando las fresas de su boca se curvaron y gruñó de pesar cuando acompañada de otra amiguita dejó los pasatiempos y dando saltitos se perdió en el interior del colegio.

Relajó los tensos hombros haciéndolos rotar debajo del abrigo de cuero y mutó el gesto cuando los huesos de las cervicales crujieron ante el movimiento. Apoyó la ancha espalda contra el árbol y miró el reloj, aún quedaban unas horas para que sonara la campana que libraría a la niña de la prisión de la escuela y la acercaría para siempre a él.
Después de semanas de vigilancia, en las que el mundo había girado exclusivamente a su alrededor, sabía que ese sería el día propicio, nadie vendría a buscarla. Por un instante le enfureció el que dejasen a la pequeña, de tan sólo 8 años, regresase sola al hogar pero, cuando el corazón le rebotó dentro del amplio pecho sabiendo que gracias a eso sus manos tocarían pronto a su dulce Rebeca, la enajenación desapareció dejando paso a la satisfacción, sonrió ladinamente agradeciendo tamaña negligencia.

Pateó impaciente el suelo aplastando aun más la tierra bajo las grandes botas. Después de todo este tiempo en el que sólo había espiado, era justo ahora que la impaciencia hacia gala. Maldita inoportuna. Incapaz de quedarse parado, salió de su escondite y paseó de un lado a otro, dejando caer rápidas miradas cada vez que pasaba frente a la puerta.
Volvió a la sombra de su refugio cuando los primeros padres fueron llegando para recoger a sus retoños y palpó con las yemas la áspera corteza a la espera del ansiado timbre, sin desprender la vista de todas las personas que iban apareciendo en el lugar a la espera de abrazar a sus seres queridos. Su Rebeca también sería abrazada y no estaría sola, le tendría a él.

 El estridente sonido fue música celestial para sus oídos y el contemplar como poco a poco todos iban despareciendo sin que ella saliese al exterior, fue como la mejor de las películas. El gran momento se acercaba y los nervios en su estómago se lo confirmaron. Minutos más tarde, arrastrando la mochila, la vio aparecer, mirando a un lado a otro, con su inocente carita se encaminó hacia la derecha dándole la espalda. Otorgándole unos segundos de ventaja, se encaminó tras su presa, sí, así era como se sentía, como un hambriento y sigiloso felino, deseoso de calmar su apetito. Sabía que sería castigado, que su conciencia le perseguiría hasta el final de los días, pero era algo que debía hacer pues su alma se lo exigía.
Se embelesó con el rítmico andar y el bamboleo de los gráciles brazos.
 Aligeró el paso al verla doblar la esquina para cruzar la solitaria calle que venía a continuación, allí tendría la oportunidad perfecta de abordarla. Con el corazón bombeando por el temor a perderla torció tan rápido que casi se la lleva por delante. La niña se había parado a atarse uno de los cordones de los feos zapatos del uniforme.

—Perdona pequeña, ¿te hice daño? —preguntó tomándola por los hombros, mientras la adrenalina le recorría las venas al tenerla tan cerca.
—No, no señor —respondió dando un paso atrás con la vista clavada en el enorme desconocido.
 —Me alegro —frunció el ceño al percibir su miedo—. No tienes nada que temer de mí.
—No estoy asustada —murmuró con voz temblorosa.
—Así me gusta, una chica valiente.
—Eso dice mi mamá
—Y tiene mucha razón. Me llamo Barack —dijo alargando la mano hacia ella.

 Observó con deleite como se mordía el labio inferior pensando que hacer y cuando correspondió a su saludo indicándole su apelativo, se contuvo para no saltar preso de la alegría al rozar por primera vez su suave piel.

—Tienes un bonito nombre, como tú.
—Gracias —musitó avergonzada con la vista baja—. Tengo que irme, me esperan.
—Antes debemos hablar. Seguro que tienes sed ¿te gustan los refrescos?
—Sí.
—Bien, iremos a mi casa, está muy cerca.
—No puedo ir, mamá siempre me dice que no vaya con extraños.
—Y una vez más ella tiene razón, sólo que tú y yo ya no somos unos desconocidos, sabemos como nos llamamos.

Volvió a morderse el delicado labio sopesando sus palabras. Un inquietante brillo titiló en los azulados iris cuando los afianzó en los de él.

—De acuerdo.


Rebeca siguió al hombre alto vestido de negro y que le hablaba en un tono alegre. Desde que había estado jugando en el recreo sintió una sensación extraña, como cuando comías algo que te sentaba mal y te daba vueltas en el estomago, esta continuó al salir del colegio.
Cuando Barack chocó contra ella y le habló, la tranquilidad la invadió, sin embargo no supo que hacer ante su ofrecimiento y el escalofrío que la recorrió. Alzando la barbilla decidió acceder, porque nada malo podía pasarle. Parecía simpático, agradable y el que su cara no tuviese ninguno de esos molestos pelos que le salían a los hombres le gustó, además nunca había visto unos ojos grises y los suyos eran chulos, además tenía un cabello oscuro, largo y brillante, no como el suyo y el de su madre que se parecía a un estropajo muy usado. Quizá podrían ser amigos y compartir los secretos que debió compartir con su papá. Barack se volvió un poco sonriendo, le devolvió el gesto asiendo con decisión su mano. Sí, él la comprendería.

La mandíbula se le cayó al introducir el pie dentro de esa enorme y elegante vivienda, era como estar dentro uno de esos aburridos cuentos en el que el amor siempre gana y ellos terminan cansándose y además olía raro, como a las flores que su vecina —la insoportable señora Thompson— solía plantar en su jardín y que tanto detestaba. Pero le gustaba el contraste que hacía con su imagen, él tan lóbrego y su hogar tan claro, con las paredes pintadas de un blanco puro y los altos techos de un celeste que recordaban al cielo en un despejado día. Sin dejar de mirarlo todo lo siguió a una pequeña habitación donde sólo había dos sillas y una larga mesa de color oscuro, los muros níveos estaban desnudos de cualquier adorno.

—Espera aquí —la voz grave la hizo dar un respingo—, voy a por tu refresco.

Cuando Barack salió, dejó la mochila en el suelo, la abrió y rebuscó dentro, una vez encontró el cuaderno y el lápiz se sentó en una de las sillas a garabatear. Quizá no fuese una buena dibujante como tantas veces le insinuó su profesora frunciendo la nariz, sin embargo era entretenido. El ruido de la puerta al abrirse hizo que volteara la libreta. Su pintura, por ahora, era sola suya, ya tendría tiempo de verla. Cogió la botella que le tendió y sin desclavar la vista de la extraña mirada con que la vigilaba, la llevó rauda a los labios y bebió con avidez, saboreando el burbujeante líquido que no podía beber en casa. Se atragantó y soltó el envase que se estrelló rompiéndose en mil pedazos cuando tras quitarse el abrigo de piel, se dio la vuelta. Barack tenía "eso " prohibido a ambos lados de la espalda. Aunque no podía causarle mal alguno tenía que huir. Se incorporó volcando el asiento y corrió hacia la salida.

Solo le faltaban unos centímetros para llegar a la puerta, estiró la mano hacia ella arañando la libertad cuando su frágil muñeca quedó presa de un férreo puño.

—Sabes que no puedes marcharte ¿verdad Rebeca?
— ¡Déjame! —chilló contorsionándose para intentar librarse del agarre.
—No puedo, debo cumplir con mi cometido —indicó llevándola hacia la mesa.
—No, por favor ¡mamaaaá!
—Deja de fingir conmigo —espetó tirando de ella—, muéstrame tu rostro Rebeca—la sentó encima de la mesa— el verdadero.

 Como si esas fueran las palabras mágicas la niña dejó de luchar, mientras sus retinas se volvían de un rojo intenso destellando con tal fuego que si hubiese sido un simple mortal ahora yacería a sus pies convertido en un montón de cenizas.

—Muéstrame tú el tuyo puto ángel —gruño con un tono que más bien parecía salido de ultratumba—. Necio ¿acaso crees que me podrás mantener encerrada mucho tiempo?

Barack desplegó sus alas, el nevado plumaje brilló en todo su esplendor bajo los rayos que se filtraban por la ventana.

—Sabes que mi propósito no es ese —dijo tumbándola y posicionando la mitad de su cuerpo encima del suyo para que no se escapara—, mi función es exterminar la maldad, no retenerla.
—Tu no puedes matarme, estúpido —rió el monstruo que se debatía entre sus piernas—, sólo la sangre puede acabar con la sangre.

Las palabras le lanzaron como si fuera una ventosa tormenta al pasado, al mismo instante en que se dejó llevar por la pasión cayendo en la tentación por primera vez desde que existía. Brenda. Cerró los párpados y se dejó arrastrar por la vorágine de los húmedos besos lacerando la piel de su cuello. Percibió el escalofrío recorriendo su columna y cuando la abrasadora boca se lanzó a por la suya, la abrió permitiendo la entrada de la traviesa lengua que le hizo perder la razón. Los latidos de su corazón se desbocaron y la sangre corrió por sus venas en una galopada sin fin. Todo desapareció excepto los entrecortados jadeos que exhalaban con cada ardiente toque, el roce de los sudorosos cuerpos y el oleaje que se apoderaba de él con ondas cada vez más intensas. Enredado entre las suaves curvas y de mano de aquella hermosa mujer había sucumbido y conocido el placer. Y ahora allí mirándolo con los infernales orbes desencajados yacía el fruto de su debilidad, el engendro de su pecado.
Con decisión, sacó del bolsillo trasero de su pantalón unas cintas y se dispuso a atar los finos miembros del demonio que se retorcía tratando de escapar, el nombre de Satanás brotó entre sus labios cuando los punzantes dientes se clavaron en el hombro y de su carne fluyó un riachuelo del escarlata flujo. Haciendo caso omiso del dolor, deslizó las ataduras por sus muñecas y la sujetó firmemente a las patas del mueble, una vez las manos estuvieron inmóviles bajó e hizo lo mismo con las piernas. Se incorporó pausadamente y contempló el producto de su desliz con la pérfida Szepasszony. Por fuera era tan hermosa que su alma lloró apenada sabedora de que por dentro era un ser putrefacto.

Rebeca volvió los ojos, de nuevo azules y de mirada inocente, suplicando. Sin pretenderlo dio un paso hacia ella y acarició las suaves mejillas con los nudillos, mientras el corazón le sangraba de dolor por lo que debía hacer. A pesar de todo, del abominable ser en que en pocas jornadas se convertiría si la dejaba vivir, la amaba.

—Libérame —musitó con el tono más dulce que jamás había escuchado—, no puedes lastimarme, pero yo si puedo hacerte poderoso, únete a mi y te haré príncipe de mi reino.
—Soy feliz siendo un mendigo —murmuró sincero.
— ¡Maldito seas! —Gruñó lanzando un escupitajo que le alcanzó de lleno—, cabrón, disfrutaré arrancándote las tripas con mis propias manos y echándolas a los perros —carcajeó enloquecida mientras un azufrado hedor tomaba posesión de la estancia—, tus órganos me servirán de alimento.

 Limpiándose con el dorso el pestilente salivazo se giró encaminándose hacia su gabán, con calma sacó la daga del bolsillo y acarició la dentada hoja lentamente antes de voltearse y regresar de nuevo a su lado. Levantó el resplandeciente puñal mientras susurraba un suave cántico con los ojos cerrados.

— ¿Piensas que me harás daño con ese palillo? ¡No tienes poder alguno!

Elevó los pesados párpados y fijó los clareados orbes sobre su hija, una única lágrima descendió por su pómulo abrasándole la piel mientras con fuerza descargaba el acero sobre el tierno pecho.

—Tengo el poder que me otorga el ser tu padre —bramó mientras la cálida sangre bañaba su mano—. Yo Barack hijo de Ansel, te maldigo a ti carne de mi carne y te ordeno que regreses al mundo de tinieblas al que perteneces.

Un poderoso haz de luz rezumó a través de la lacerante herida obligándole a apartar la vista. Su mirada recayó sobre un pequeño cuaderno. Sollozante se agachó y su alma se partió en mil pedazos al visionar lo que en él se perfilaba. Sobre un fondo en blanco había dos figuras, una vestida de negro y otra baja y debajo de cada una de ellas unas palabras, Barack y yo. Sin soltar el boceto fue hacia el cadáver de su pequeña, con los ojos cuajados de humedad soltó las amarras y la estrechó contra él cubriéndolos a ambos con sus alas, mientras entonaba una conocida nana. Aunque era su deber, luchar contra el mal y vencerlo, no podía evitar que el dolor le desgarrase. El bien debía prevalecer sobre el maligno aunque este se presentara con el rostro de un querubín y la inocencia de un niño.

FIN

                                                        ©Adela. A.

©María Dolores Moreno Herrera. 

miércoles, 18 de mayo de 2016

ETERNO

Concurso Microrrelatos  MICROLOVE III del Circulo de Escritores

 (Imagen de la red)


Una canción de amor sonando en la habitación, una rosa blanca marchitándose en un viejo búcaro, en la cómoda una vieja foto donde una pareja sonríe, en el armario un vestido de novia amarillento de olvido.

Una lágrima recorre la pálida mejilla, al recordar al hombre que le prometió estar siempre a su lado, mientras esperaba, desahuciada, tirada día tras día, soñando con un milagro, en aquella cama de hospital.

Una mujer desnuda frente al espejo. El cuello inclinado, como si unos etéreos labios recorrieran la sedosa dermis que une la mandíbula con el hombro. La piel erizada, como si unos dedos invisibles acariciaran su castigada figura.
Sin darse cuenta lleva las yemas de su mano a la cicatriz que, en vertical recorre su torso, abre la palma sobre ella sintiendo los latidos de su nuevo corazón.

Entre los párpados velados por la humedad, que ya son ríos descontrolados logra vislumbrar sobre la superficie pulida la faz amada, la que hizo posible dejándose la vida en aquella cuneta, mientras iba a visitarla, que ella tuviera un nuevo amanecer.

Él sonríe y antes de desvanecerse murmura junto a su oído.

— El nuestro es un amor eterno.



©María Dolores Moreno Herrera. 

sábado, 14 de mayo de 2016

LADY ICE

(Imagen de la red)

Esta historia aunque un tanto adornada está basada en una anécdota real. No juzgues sin conocer, no hables sin saber, cada cual tiene su historia, si la comparte o no contigo es su decisión. Piensa lo que quieras de mi, del otro..., con ello has de vivir. 



Lady Ice

Ha pasado al menos un año o quizá más desde la primera vez que la vimos, al principio sólo era una señora más…, pero uno de mis amigos empezó a fijarse en ella.  No es que se enamoriscara sino que algo le llamó la atención, así que una tarde mientras se acercaba, muy decidido él se levantó y amablemente se presentó invitándola a unirse al grupo. Ni siquiera le miró, continuó su camino atravesando al iluso como si fuera un fantasma, que regresó a su sitio avergonzado por el desplante e irritado por las burlas. 

Da igual la época del año en que estemos ella siempre viste de primavera. Vestidos vaporosos estampados de miles de flores cubren su figura y, un suave aroma a lilas queda impreso a su paso.

Su piel tiene el color dorado del verano, como si el sol hubiese quedado prisionero para siempre bajo esa dermis que ya empieza a sucumbir a los años.

El cabello, siempre suelto, ondea bajo la brisa desparramando todos los matices del otoño.

Su caminar regio, su mirada de nieve, ese rictus frío que se dibuja perennene en sus labios, le confieren un aire al invierno.

Es hermosa, tiene esa belleza que da el misterio. Son muchos los que han querido saber, los que suspiran o se vuelven a su paso para admirar esa esbelta figura que parece ignorar al mundo. Pero, nadie consigue siquiera una palabra de ella, un nombre. Solo la ven aparecer entre la gente y desaparecer tras la esquina sin detenerse. Todos la llaman Lady Ice.

Fue precisamente una gélida tarde cuando esperando poder atravesar una calle nuestras miradas se cruzaron, fueron apenas unos minutos, lo que el muñequito pasó de ponerse en rojo a verde. Me miró fijamente y yo como hipnotizada no pude apartar la vista de ella. No sé si fue cierto lo que vi o mi imaginación me jugó una mala pasada mostrándome a la reina de las hadas del Frío ante mí. Al cruzarnos las comisuras de sus labios se levantaron, sonreí abiertamente.

Dos días más tarde en una de aquellas reuniones vespertinas, un compañero avisó de la llegada de La Dama de Hielo, no sé por qué pero algo en mi explotó.

— ¡Ya está bien! —exclamé, aporreando la mesa, dejando atónitos a todos—, cada cual es como es. Dejad a la pobre señora en paz.  Quizá sea el Invierno personificado, pero si es así buscad la llave y ved la belleza que esconde en su interior. ¿Triste?…, cuando posee la magia y todas las sonrisas de los niños al llegar la Navidad. ¿Tenebroso? …, cuando se llena de música, brillo y purpurina con el Carnaval. ¿Sombrío?..., cuando es elegida por los dioses para celebrar su día del amor. ¿Frío?..., cuando en él reside el calor del hogar.
Mirad dentro de vosotros y decidme que sois, que tenéis que ofrecer y entonces juzgad.

Después de aquel monólogo donde no di opción a replica me levanté como una furia y me marché, aún no sé a quien le debo el café. Pero lo cierto es que desde entonces nunca más se volvió a pronunciar aquel nombre en mi presencia.

De tanto en tanto, veo  a la dama en cuestión, sigo sin conocer su nombre, a veces dudo si es real, me mira, sonríe y vaga hasta su destino sea cual sea.


©María Dolores Moreno Herrera. 

sábado, 7 de mayo de 2016

REMEMBRANZAS

(Imagen de la red)


Los recuerdos le invadieron la mente y corazón, llantos, risas, ilusiones, éxitos, fracasos, promesas, sueños, reproches, consuelo, olor a lavanda y limón, amantes rezumando pasión, dos cuerpos fundidos en una sola alma, vacío, oscuridad, perdida, cuando abrazada por la Parca partió.  Una solitaria lágrima recorrió la ajada mejilla, sentado en la vieja silla, añorando su regreso, espera.


©María Dolores Moreno Herrera.