(Imagen de la red)
8:00 A.m.
El sonido del despertador retumba en el cuarto dando la
bienvenida a una nueva jornada, alarga el brazo y lo apaga aunque hace rato que
está despierta.
Hoy la serpiente ha sido madrugadora, lleva más de media hora tumbada boca arriba
mirando el techo, sin hacer ruido para no molestar a los que descansan en el
resto de la casa, pensando en ellos mientras la siente reptando desde el cuello
por los omoplatos para girar nuevamente hacia la columna.
Se levanta toma una de las pastillas marrones y con un poco
de agua la traga sin pensar, va al baño y observa la imagen que le devuelve el
espejo. No ha pasado tanto desde que le detectaron la enfermedad y sin embargo
apenas si reconoce a la mujer que le devuelve la superficie pulida. Y es sólo
el principio. Abre el grifo y se lava la cara fruición, como si la gélidez del
líquido elemento pudiera borrar los oscuros círculos que se dibujan bajo los
ojos, o devolver el brillo a los iris pardos… ¡Qué estupidez!
Retorna al cuarto, hace la cama y se viste, vaqueros, camiseta,
al menos ha vuelto al peso de antes, es una locura eso de estar subiendo y
bajando de kilos cada dos por tres, toma las botas y echa un vistazo de reojo
donde antes guardaba los zapatos de tacón que tuvo que regalar, nunca más
volvería poder llevarlos. Aguanta un gemido de dolor cuando la bicha comienza a
descender y enroscarse en las vértebras.
Agarra el neceser del maquillaje, antes de regresar al lavabo pasa por la
cocina, ya hay actividad en el hogar que se va llenando con el aroma de café recién
hecho. Suspira, aún le queda más de media hora para poder comer algo.
—Buenos días —saluda a los que comienzan a desayunar dándoles
la espalda rogando que su estomago no ruja, mientras engulle dos píldoras esta
vez blancas y rojas.
De vuelta en el aseo, comienza el ritual de cada mañana,
base que amortigüe la palidez, corrector para apagar las ojeras, un poco de
sombra para iluminar la mirada, nada de Kohl, a veces las lágrimas juegan malas
pasadas y por ultimo con un tenue carmín rosado pintar los labios.
Un suave cepillado al pelo ahora bajo las orejas, decidió
cortarse la melena cuando uno de los medicamentos le hacía perder cabello.
Regresa a su habitación, deja todo en su sitio, mira el
reloj hora de ir a trabajar. Una última ojeada al lecho le hace casi llorar,
sería tan fácil rendirse, cobijarse bajo las sábanas y dejar que el tiempo
pase. Sacude la cabeza quitándose esas idioteces de la cabeza, toma su chaqueta
y su bolso. Unas gotas de agua de rosas para perfumar la tristeza que la
embarga, un aroma que siempre le sube la moral.
—Me marcho, que no llego —grita desde la puerta. —Nos vemos
a la hora de comer.
—Lleva cuidado y no olvides traer el pan —es la respuesta
diaria de su madre que siempre le hace sonreír.
Sale a la calle con decisión, pisando fuerte, se gira
levanta la mano y saluda a su progenitora que sale a despedirla desde la
ventana, una ultima sonrisa.
Al doblar la esquina, el paso se torna cansino y en un rato
aunque las medicinas mitiguen un tanto el dolor que sacudirá su cuerpo acabará
por arrastrar los pies, sus articulaciones crujirán como ramas rotas cada dos
por tres, los dedos de sus manos se contraerán de vez en cuando sintiendo como
si una descarga eléctrica recorriera su ser.
Más tarde el monstruo volverá a despertar, constriñendo, haciéndole
sentir como si un clavo atravesara su espalda de abajo a arriba sin descanso y,
habrá que alimentarla con nuevos
calmantes, entonces vendrán las nauseas, el agotamiento físico y mental e
incluso la desesperación, el mal humor...
Las lágrimas empaparan cada noche las sábanas de su cama por
que es capaz de soportar el daño que le corroe cada rincón del alma pero, no el de la impotencia ni el del sufrimiento
en los ojos de quien la ama, aunque su sonrisa pintada de brillo de labios se
dibujará constantemente para esa mujer que cada día sale a despedirla por la
ventana.
Y cada día continuará peleando una batalla que aunque crea
que sí nunca logra ganar, porque puede que siga teniendo alegría, que no
permita que le arrebaten las ansias de vivir, que a su manera vaya maquillando
la vida, regalando sonrisas…mas la bestia está ahí, asida para siempre a ella, robándole
cada día un poco de algo, silenciosa, paciente, sabiendo que la guerra es suya.
© María Dolores Moreno
Herrera.