sábado, 30 de enero de 2016

ONIRIA



Guiada por la  suave luz de la luna que se filtra por la ventana, me meto en la cama dispuesta a enfrentar mis miedos. Apenas cierro los ojos oigo los pasos de mis demonios acercándose, sus voces crueles retumban en mi cerebro sin que pueda hacer nada por evitarlo.  Sólo él,  mi dulce y silencioso visitante nocturno, aplaca el tormento que me acecha. ¿Vendrá?
El ruido de los infiernos me va torturando casi hasta la muerte, me retuerzo en el lecho deseando huir de tanto dolor que me hiere y cuando creo no poder más un suave aroma a flores silvestres comienza a inundar mis fosas nasales,  los reclamos se van disipando convirtiéndose en un lejano eco hasta desaparecer,  un calmo silencio y una paz sobrecogedora se apodera de mi.
Noto hundirse el colchón cuando sube a los pies del tálamo. Sonrío, él está aquí. Quiero alzar los parpados y mirarlo, conocer su cara, el color de sus iris, de su cabello…, pero tengo terror de hacerlo y que desaparezca, que sólo sea una fantasía de mis sueños. Un tenue calor me embarga y mis latidos se aceleran cuando unos etéreos dedos me rozan el rostro, el cuello y el hombro, deseo girarme para poder sentir la trémula caricia en todo el cuerpo pero una vez más soy incapaz de mover un músculo. Abro la boca cuando percibo el toque en los labios y los repaso con la lengua degustando el sabor de la ambrosía en ellos. ¿Sabrá así todo él? Gimo al sentir las falanges descender por el brazo, el costado, la cintura y detenerse en mis caderas.  Húmeda, expectante y deseosa de más oprimo las sábanas en mis puños y aprieto los muslos. Aúllo de desesperación al ser abandonada por tan sensual tacto. Y aunque espero aterrada a que regrese el frío, sé que hoy no volverá, el vigía de mis noches cuidará de mí. Me abandono al sueño bajo la caricia de su mirada.

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 Una noche más el paseo por mi mundo onírico me guía hasta la mujer lastimada por sus temores, lacerada por los alaridos de su pasado que la visitan cada madrugada. Ahí acurrucada entre las sábanas parece tan vulnerable como el primer día que la vi. No sé que me trajo hasta esta hembra, pero sí sé que jamás podré dejarla ya. Sin pensar demasiado comienzo mi ritual,  me encaramo a los pies del colchón y la observo fruncir el ceño. Estiro la mano y mis yemas repasan las arrugas de pesar que se forman entre las perfectas cejas, la veo curvar los labios y algo en  mi sabe que no podrá parar. Resigo con los dedos los parpados coronados por las oscuras pestañas, los pómulos sonrosados la columna del cuello y el terso hombro, su cálida dermis calienta mi alma muerta, el inexistente corazón parece latir de nuevo al escucharla jadear y mi verga erecta, llorosa,  choca contra los pantalones en angustiosa demanda de liberación cuando el aroma de la  pasión emana de la humana.
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Como anhelo arrancar la seda de su camisón y besar cada centímetro de ella, aprender de memoria su cuerpo, cada marca de su piel. Como ansío llenar mis manos con sus pechos plenos, separar las torneadas piernas para degustar su néctar, llevarla al cielo y luego saciarme en su interior y cuando el éxtasis nos asole cubrirla con las alas y borrar su aflicción para siempre. Ojala pudiera transportarla a Oniria para comprar cada uno de sus sueños con mis doradas plumas. Cierro los puños y sacudo la cabeza sabiendo que eso jamás podrá ser.
 Tomo uno de los mechones del alborotado cabello y tras deleitarme unos segundos con el aterciopelado tacto lo dejo caer antes de volver a mi lugar. Ahí al fondo de la cama, reclinado hacia delante la veo dormir, tranquila por fin.
 Es mi destino y mi castigo, contemplar lo que amo sin poderlo nunca  poseer.


© María Dolores Moreno Herrera.



sábado, 23 de enero de 2016

DESTINO FINAL


Sentada al borde del abismo balanceo mis esqueléticas piernas. Observo con detenimiento a esas criaturas llamadas humanos. Ah, pobres diablos tan prepotentes, tan pagados de si mismos, esos que se creen dueños y señores, amos del mundo subidos en pedestales de barro, amasando fortunas,  codiciando los bienes ajenos, envidiando a sus semejantes… Insulsos pecadores, llenos de taras, asesinándose entre si por riquezas que jamás poseerán, matando en nombre de dioses que nunca vieron, justicieros de la nada...

Esos que se pasan una vida sin vivir, ocupados no en ser mejores sino en ser más que los demás, esos que por que a veces ganen una mano creen que vencerán una partida ya amañada desde su comienzo. Yo reparto las cartas y siempre guardo los ases entre las mangas de mi raída túnica, esperando con paciencia el momento de mostrarlos. No hago distinciones entre razas, clases, género o edad, todos me gustan, ni tengo prisa después de todo, mi existencia es eterna desde que el mundo es mundo y quien sabe si más allá de su final, seguiré aquí.

Me alzo sobre mis pies y comienzo mi implacable caminar, es hora de cortar algunos  hilos del destino, de  recoger parte de la cosecha. Sonrío de anticipación  imaginándoles perdiendo su vanidad, el orgullo y la dignidad, con  las caras desencajadas, los ojos desorbitados y lastimeros, las bocas abiertas emitiendo silenciosos gritos de terror, por que todos tiemblan de miedo ante mi presencia. Y ahí desnudos, solos y con las manos vacías, alzan la vista hacia mis cadavéricas cuencas e imploran llorosos lo que les fue concedido y no supieron valorar, tiempo para amar, crear, lograr, para existir más allá de respirar.

Y tú que ahora me lees, recuerda que la vida no es infinita. Aprovecha cada instante, por que quien sabe, tal vez seas el siguiente recibir de mi visita.

© María Dolores Moreno Herrera.


sábado, 16 de enero de 2016

EL SECRETO DEL DESEO



Completamente vestida me revuelvo a mirar al hombre que permanece tumbado entre las sábanas revueltas y que con los ojos llenos de amor me contempla ensimismado. Le sonrío cuando alarga una mano hacia mi, sin dudarlo ni un instante me acerco a él y dejo que me envuelva en la calidez de su abrazo, en el ardor del intenso beso que hace que mi piel se erice y todo mi cuerpo palpite una vez más por el deseo, que apenas unos minutos antes ya ha sido saciado.

Toda yo se muere por volver a hacer el amor con ese hombre que tanto amo, por sentirme colmada una y otra vez, por permanecer arropada por sus caricias y sus besos eternamente, por estallar en llamas con toda su pasión. Con frustración me aparto de esa boca que ahora desciende por mi garganta encendiendo cada centímetro de mí, me pongo en pie con un gruñido y aliso la falda, enrollada a la cintura, de mi recatado vestido. Él me muestra su desencanto frunciendo el ceño mas no dice una palabra, sabe que aunque con desgana debo marcharme.

Bajo su atenta mirada me remiro al espejo, arreglo con los dedos mi sencillo peinado y pinto mis labios con el tono rosado que tanto le gusta, pongo unas gotas de perfume tras las orejas, tomo las llaves, el abrigo y mi bolso, antes de salir me vuelvo hacia él que ya incorporado y mientras sube la cremallera de sus pantalones,  me regala una sonrisa que hace temblar mi alma al tiempo que se lleva las manos al corazón, sobre el que hace un par de meses se hizo grabar mi nombre, y cierra el puño como señal que me pertenece. Yo también sonrío con una muda despedida hasta el jueves siguiente  y sin más dilación salgo a toda velocidad del apartamento.

El aire frío del mes de Diciembre me golpea de lleno al salir a la calle, me subo las solapas y me ajusto bien la bufanda, antes de enfundarme los guantes ojeo el reloj de oro que descansa en mi muñeca —un regalo por mi décimo aniversario de casada— son las 19:30, a sabiendas que ya no llego a tiempo echo a correr acera arriba, esquivando a la gente que atiborra las calles y se acumula frente a los escaparates enloquecidos con las últimas compras navideñas. Sin hacer caso a la señora que me increpa por mis prisas, cruzo entre los coches sin respetar el semáforo, lo que me acarrea algunos bocinazos e insultos.

Casi sin resuello y con el sonido de mis tacones repiqueteando sobre el pavimento doblo la esquina y enfilo la hilera de casas de la tranquila zona donde habito. Me detengo y tomo aire una y otra vez hasta que me sosiego. Con andares calmados rebusco entre mis cosas el manojo de llaves, elijo la correcta y la meto en la cerradura de la coqueta puerta acristalada que preside mi vivienda, entro y me despojo de las prendas que ya no son necesarias dentro del calor del hogar. No se escucha nada, con suerte aún no habrá vuelto del trabajo, quizá una reunión de última hora, o él tráfico lo tenga retenido en algún atasco, en estas fechas todo el mundo coge el coche.

Con un suspiro de alivio enfilo las escaleras que me llevan al dormitorio para cambiar mi bonito traje de amante,  por uno más cómodo y más acorde al del ama de casa que vuelvo a ser, cuando una fotografía llama mi atención. Allí desde detrás del cristal mi familia me sonríe. Mi hija con su impertérrito gesto de disgusto, mi hijo mostrando el dedo corazón y mi marido me mira con esos enormes ojos azules que me enamoraron, paso un dedo por el vidrio y exhalando levemente dejo a un lado la atávica imagen y continúo mi ascensión, aún no he acabado de subir cuando la puerta se abre, me giro y allí está él, el hombre con el que hace más de veinticinco años decidí compartir mi vida.
Como cada día y con movimientos metódicos deja su maletín junto al perchero, se saca el gabán y lo cuelga pulcramente, luego alisa la imaginaria arruga hasta que queda perfecto, sólo entonces eleva la vista hacia mí. Lo estudio con la cabeza ladeada y me doy cuenta lo predecible que es, lo rutinaria en que se ha convertido nuestra vida. Desde hace décadas siempre es lo mismo, la casa, los niños y esperar que regrese del trabajo para ponerle la cena, ver la televisión en silencio y acostarnos dándonos la espalda hasta la mañana siguiente y así día tras día, año a año.

Él continúa clavado en el mismo lugar, impecable con su traje de marca, la corbata con el nudo perfecto y el cabello —ahora salpicado con algunas hebras blancas— como recién peinado. Sí, a pesar de que ya no es el jovencito impaciente y ambicioso que me cautivó sigue siendo muy guapo, quizá mucho más que antes ahora que ha alcanzado una tranquila madurez.

Paseando sus añiles retinas por mi cuerpo castigado por la edad y los partos, curva sus carnosos labios y tiende una mano hacia mí. Con las rodillas temblando deshago lentamente el camino y voy a su lado. Con suavidad me acaricia la mejilla con los nudillos antes de depositar un tierno beso en mi frente.

—Hola amor —murmura con voz grave.

Yo no digo nada, aparto la vista de su cara y la clavo en la punta de sus zapatos italianos último modelo. Enreda los dedos entre los míos y tira de mí hacia el salón, sin más palabras entre ambos se sienta en el sillón de piel oscura que tanto le gusta y me acomoda en su regazo. Con toda la sensibilidad que siempre le ha caracterizado desliza la palma por mi espalda, mientras con la otra mano aparta un mechón de pelo y lo coloca tras mi oreja, antes de acariciarme con el pulgar el labio inferior.

—Que hermosa estás —susurra acercando su rostro al mío—, siempre lo has sido, pero cada jueves pareces resplandecer.

Tragando saliva llevo mis trémulas falanges hacia las solapas de la elegante chaqueta, y la deslizo por sus anchos hombros, él sin soltarme me ayuda a deshacerme de ella, sigo con el nudo y tiro la corbata lejos. Ansioso suelta los botones de mi vestido mientras yo ataco sin dilación la hebilla de su cinturón y tiro de los faldones de la impoluta camisa, cuando siento su aliento recorrer la columna de mi cuello y el calor de su piel en mis brazos ahora libres de la tela que los aprisionaban.

—Cuanto te amo —musita regando de besos mi pecho—, eres mi luz, mi vida, la única mujer que gobierna mi corazón.
—Lo sé —respondo con tono ronco por el deseo que va naciendo en mi.

Con los ojos brillantes de lujuria, se incorpora y sin contemplaciones me desnuda totalmente antes de tumbarse en el sillón y arrastrarme con él que, con mi colaboración, se ha liberado de todos sus ropajes. Tocándome como si fuese de cristal y con toda la lentitud del mundo, como otras tantas veces me hace suya.

—¿Eres feliz a mi lado? —demanda aún en mi interior.
—Sí —contesto mordiéndome los labios.

Se detiene un instante y en las profundidades de los celestes lagos veo un intenso dolor, sé lo que está pensando y avergonzada aparto la vista, pero me obliga a fijar la vista en él, a aguantarle la mirada.

—Lo siento tanto mi vida —sisea tomando mi cara entre las manos elevando las caderas.

Cierro los párpados para no continuar viendo en sus orbes ahora oscurecidos por la pasión el pesar que lo atormenta, el miedo a que un día diga que no puedo más y lo abandone para siempre, ha estado tan cerca. Pero no puedo hacerlo, sinceramente nunca he podido, cada día que me he sentido sola, triste y lastimada he buscado una excusa para quedarme a su lado porque sé que me quiere y yo…, yo lo amo.

Con los ojos empañados en lágrimas y mi cuerpo convulsionándose por el clímax dejo mi cabeza reposar sobre su pecho sintiendo en el centro de mismo de mí ser todo el amor que me profesa y me aferro a él con garras y dientes dando gracias por haber sabido poner la chispa que faltaba en nuestra vida. No sé si fue él o fui yo, me da igual lo único importante es que supimos encontrarla, lanzar lejos el aburrimiento y volver a ser felices.

Acurrucada entre sus brazos deslizo mi mano por su tórax al tiempo que mi boca besa mi propio nombre, un par de meses antes tatuado sobre su acelerado corazón.


miércoles, 13 de enero de 2016

PLEASURE


Me miras, te miro y el cuarto empieza a empequeñecer. El aroma del deseo invade el espacio y como fieras nos abalanzamos uno a por el otro, sin palabras, sin promesas, sin mentiras, sexo por sexo, placer por placer. Sonido de telas rasgadas por el ansia, caricias primitivas que calientan y humedecen. Tus dedos hurgando en mí, los míos rodeándote.
 No hay esperas,  no se necesitan cuando ambos chorreamos de pasión.
 Jadeo al chocar mi espalda contra la pared, me levantas las piernas para que rodee tus caderas. Echo la cabeza atrás y acojo todo tu esplendor.
 Gemidos entremezclados al ritmo lento y poderoso de tu pelvis.
 Lames, succionas, arrasas… mientras sales y entras una y otra vez. Araño, muerdo, poseo… mientras me voy derritiendo con los envites cada vez más acelerados.
Y estallo en mil pedazos llenándome de tu líquido calor. Siento tus dientes clavarse levemente en mi hombro, cuando mi lengua se impregna del sabor salino de tu piel. Curvo los labios, de nuevo aplaqué tu hambre y saciaste mi sed.
 Nunca existirá amor entre dos personas como nosotros pero, está escrito que siempre nos faltará tiempo y nos sobrará la ropa.

©María Dolores Moreno Herrera. 

miércoles, 6 de enero de 2016

VIDYA


Espero que los Reyes hayan sido generosos. Os dejo algo que hice hace algún tiempo y que ya compartí en SokAly. Ojala os guste.