sábado, 14 de noviembre de 2015

¿A QUÉ SABE LA VIDA?


Junto a la ventana de la solitaria habitación, dejando que los calidos rayos de sol  primaverales calienten sus cansados huesos abrió el viejo cuaderno en el que empezó y acabó por anotar cosas aquel verano cuando tenía 15 años y que no sabía por que aún conservaba.  Apenas unos cuantos párrafos y garabatos aparecen en las páginas amarillentas por el tiempo. Detiene la vista en un renglón subrayado y sin quererlo su mente viaja al pasado.

Con su pantalón corto y su camiseta de tirantes una jovencita inquieta trata inútilmente de dibujar una gaviota que vuela majestuosa bajo un límpido y azul cielo. A su lado un curtido marino repara silenciosamente una de sus redes. Alza la vista hacia la muchacha que le muestra su obra orgullosa, aquello puede ser cualquier cosa menos el ave que se zambulle en pos de una presa, aún así asiente y sonríe cuando la ve dejar todo en el suelo y dando saltitos se acerca hasta la orilla para dejar que el agua le bese los pies.

    Abuelo, tú que has visto y aprendido tantas cosas —pregunta a gritos mientras se va acercando de nuevo hacia él— ¿A que sabe la vida?

    A mar —responde sin dudarlo mientras los dedos se mueven con agilidad por el entramado que sujeta entre las manos.

    ¡Eso es imposible! —exclama dejándose caer a su lado—, pero lo anotaré, aunque estoy segura que sabrá a chocolate, a vainilla…

    Ahora no lo entiendes —comenta interrumpiéndola —, pero cuando seas tan vieja como yo, recordarás mis palabras y me comprenderás.

Parpadeó saliendo de su ensimismamiento, repasó con las yemas las gastadas y casi infantiles letras. Hacia mucho que sus años no se contaban en primaveras y aunque sus ojos oscuros guardaban el calor del verano, muchos otoños habían surcado de arrugas su piel y los mismos inviernos teñido de blanco sus otrora castaños cabellos. Comenzó a llorar mientras un cúmulo de recuerdos la invadía sacudiéndola por dentro.

El día que le rompieron por primera vez el corazón, cuando reía a carcajadas con las amigas hasta acabar con las mejillas empapadas, cuando le dieron la noticia de la muerte de sus padres, su boda, los mordisquitos que le daba en el hombro a su marido después de hacer el amor, el orgullo por los logros de sus hijos, su abandono...

Estaba a kilómetros del océano, pero como siempre su abuelo tenía razón, con los años  y la experiencia  había comprendido al fin.

Una tras otra las lagrimas rodaron por el rostro hasta sus labios, con la punta de la lengua las atrapó dejando que su salino sabor le llenara la boca. La alegría, la tristeza, la emoción, la desesperación,  la pasión, la soledad…, la vida sabía a mar.


© María Dolores Moreno Herrera

11 comentarios:

  1. Cuánta razón tenía el abuelo, pero para comprenderlo, la niña tenía, simplemente, que vivir.
    Es un relato precioso. Agridulce, como la vida.

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    1. Cierto, a veces solo tenemos que vivir para comprender. Gracias y me alegra que te haya gustado. Besos

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  2. Es un gusto pasar por tu blog, muchas veces los jóvenes y los niños deben escuchar y tratar de entender a los abuelos ya que tienen mucha sabiduría.
    Hermoso relato.
    Saludos.

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    1. Muchas gracias, el gusto es mío al recibir vuestras visitas y ver que disfrutáis aunque sea un poco con lo que escribo.
      Es difícil entender cuando apenas se ha vivido. Besos.

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  3. Uy que profundo y cierto la alegría como la tristeza te sacan lágrimas. Adore tu relato te mando un abrazo

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    1. La vida siempre es salada. Un beso grande preciosa amiga mía.

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  4. Profundo, real, salado... El mar, la vida, la soledad...
    Como siempre un placer, como siempre un bonito relato que cala en lo más hondo del corazón porque refleja la alegría,la realidad y si también la crueldad que conlleva vivir. Gracias, un besote.

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    1. El placer es siempre mío que pases por aquí y me dediques parte de tu tiempo. Me alegro que te haya gustado. Gracias a ti. Besos.

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  5. Precioso. ¡La vida sabe a mar!
    Ya lo creo.
    Gracias por haberlo compartido.

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  6. Gracias a ti, para mi es todo un honor.

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